Por muy tarde que fuera para una niña de su edad Jara permanecía despierta, los ojos azules y grandes mirando el techo de su nueva habitación, no se acostumbraba a esa ciudad, ni a ese cuarto por mucho que fingiera. Se levantó de la cama y abrió la ventana, las calles estaban demasiado silenciosas,qué esperaba?, ¿un espectáculo de marionetas?, no, algo así no se daría por la noche, pero lo que si alcanzó a escuchar fue a dos hombres hablando cerca de su ventana, no les veía, pero sabía que no andaban lejos. Discutían algo sobre una reunión de los cazadores de esa zona, una reunión que se daría cerca de la vieja panadería, la que estaba destrozada.
Jara conocía el lugar y visto que no podía descansar a gusto y todavía no se había presentado formalmente al gremio de cazadores de la ciudad. Se vistió con ropa de invierno y bajando por la cornisa desde su ventana hasta el suelo empezó a caminar hacia la zona en la que supuestamente habría más cazadores. Al cabo de unos veinte minutos andando por las calles del barrio descubrió la panadería, pero ni un solo rastro de la conversación de varios. Miró a su alrededor todo estaba tranquilo, sus ojos descubrieron una anomalía en la entrada de una casa, era uno de sus juegos preferidos, encontrar cosas que cualquier otro niño de su edad sería incapaz a no ser que no le dieran pistas o le contasen directamente el resultado.
Entró por el hueco sin problemas, seguramente los adultos tendrían una forma de abrirla, pero ella con su cuerpo menudo no tuvo ni que intentarlo. Bajó unas escaleras de madera haciéndolas sonar muy levemente y se encontró con una puerta cerrada. Alzó la mano para alcanzar el pomo y entrar, varios rostros se giraron armados hacia ella, pero Jara se limitó a entrar sin miramientos y cerrar bien la puerta tras ella, después inclinó la cabeza a modo de saludo.